“Estoy confundida”- me dice. “Estoy confundida porque soy más feliz que antes”- me cuenta enfundada en su gorro de lana para cubrir su cabeza pelona por la quimio y haciendo un gran esfuerzo físico mientras se sienta, porque hasta sentarse es un sobre esfuerzo para ella.
En nuestras conversaciones estamos de acuerdo en que no se trata de ser luchadora, ni vencedora, ni perdedora… se trata de vivir lo que toque. “Cuando te ponen la etiqueta de luchadora, supone una carga porque te hace pensar en que si fracasas eres una “perdedora”- me confiesa
Ella, hace un tiempo, antes de empezar el viaje de la quimio, eligió hacer un trabajo que exige mucha valentía: CONOCERSE.
Conocernos exige, como ya hemos dicho, una gran valentía. Exige llegar al nivel del encuentro. Del encuentro conmigo misma y, por tanto, de enfrentarme a mis luces y mis sombras, a mis puntos de mejora y desde ahí me encontraré con los demás.
Ella empezó este trabajo hace ya algún tiempo y ella misma se respondió a esa confusión inicial de ser más feliz ahora, y “es que valoro otras cosas, Rocío. Valoro sobre todo a las personas. Me he acercado más a mi familia”.
Pero, además, disfruta como algo extraordinario de un desayuno, de un libro (que comparte para que los demás disfrutemos), de una puesta de sol, de un paseo… en general, cosas que no cuestan dinero o muy poco.
Porque una de las cosas que nos ayudarán a ser un poquito más felices es nuestro nivel de consciencia.
Llegamos a un mayor nivel de consciencia por medio de tres condiciones que se tienen que dar:
1. Respeto. Respeto a quien soy y al otro.
2. Estima por el otro y por mí con mis sombras y mis luces
3. Colaboración conmigo misma, con mis capacidades, iluminando mis sombras. Colaborando con los demás.
¿Fácil?, No. Ya hemos dicho que exige valentía y trabajo, un trabajo que dura toda la vida. La mejora de uno mismo, de mirarme, de mirar al otro, es un trabajo de por vida.
Cuando empezamos a plantearnos que “Lo tengo todo pero no soy feliz”, es el momento de plantearnos dónde estamos cifrando nuestra felicidad.
Cuando llegamos al sentimiento de vacío es el momento de plantearnos en que nivel de consciencia estoy, si estás dispuesto/a a trabajar contigo mismo/a o una vez más caemos en el consumismo buscando productos o personas que nos vendan la receta mágica, el producto que me solucione esta encrucijada.
Es parte de la vida tener los recursos necesarios y aquello que mejore nuestro bienestar. El dinero facilita la vida, pero lo que nos hace felices va de otra cosa.
Si reducimos nuestro bienestar en el exterior y esperamos que este sea constante en nuestra vida, nos llevará a una baja tolerancia del sufrimiento que la vida de por sí tiene.
Es más, depositando nuestras expectativas en una felicidad constante, que creemos poder conseguir comprando determinados productos, nos puede llevar a hacernos sentir culpables.
Los que me conocen saben que soy muy pesada con determinada terminología. No confundamos la culpabilidad con la responsabilidad (esto daría para otra entrada).
Responsabilízate, no te culpes. Responsabilizarte te lleva a trabajar con el sufrimiento, y no porque nos guste, sino porque forma parte de la vida y no lo podemos evitar.
Se trata de acercarnos a él sin victimismos. Y esto no quiere decir que no pueda pasarlo mal. Claro que lo pasaremos mal, pero con ese nivel de consciencia del que hablábamos antes.
Como dice Pema Chodrön, se trata de “inclinarse hacia las incomodidades de la vida y verlas con claridad, en lugar de protegernos de ellas”, porque cuando intentamos protegernos caemos en buscar fuera, en comprar, en consumir…
Y ahí: la soledad está casi servida
No te prometo la felicidad constante, sino un viaje en paz.
Gracias por confiar en mí, por abrirte y compartir. Porque en el respeto a los demás, y a mí misma, porque en la estima y en nuestra colaboración me recuerdas lo que realmente importa.
Gracias Mati Zafra